No siempre
recordamos nuestros sueños. Los sueños efímeros, no los anotamos, y se pierden
para siempre con sus mensajes olvidados. En los primeros sueños de una terapia
están casi siempre las indicaciones de lo que va a ser luego ese encuentro
terapéutico, su desarrollo y final. Como si el sueño ya supiera, lo que va a
ser ese vínculo al que llamamos encuentro terapéutico.
En los primeros
sueños, visiones, sueños despiertos, fantasías de nuestra infancia, están
también los grandes sucesos que luego irán desgranando nuestro destino, y que muchas
veces se perdieron como nuestros juguetes. Eran tan solo eso, sueños,
irrealidades, fantasías que, por lo general, no son consideradas como
importantes, y que luego “la escuela” se encarga de transformar en “cosas
serias, no fantásticas”. Nuestras fantasías eran vistas, por la mayoría de los
maestros, como maneras de “irse”. Nos distraíamos y no prestábamos atención,
nos decían. Nunca nos preguntaron a donde nos íbamos. Ni siquiera se
preguntaban si íbamos en serio a algún lugar, y menos aun si ese otro lugar no
era también una fuente de aprendizaje. Tan solo importaba cumplir con los
objetivos, textos y fechas ciertas y cosas que si o si teníamos que saber.
Cambiaron
nuestros juguetes por lapiceras y papeles con margen y punto aparte. Ya
nuestros sueños y fantasías no ruedan por la noche encantada, tan solo se
arrastran buscando la palabra justa que enuncie el concepto verdadero. Mataron
nuestras verdades, por verdades compartidas por todos, y por lo tanto más
verdaderas que las otras. El poder de la cantidad versus la creatividad y
espontaneidad. Cuanto tiempo nos cuesta des-educarnos para volver a ser
nosotros mismos, volver a jugar a que todas las noches creamos algo nuevo y los
sueños nos las cuenten. Los suelos nos permiten conectarnos con nuestras
verdades mas profundas.